Aclaramos desde el inicio que confiamos en los métodos estadísticos como apoyo a los análisis cuando ellos son aplicados con la rigurosidad que exigen.  Aquí expondremos las dificultades que presentan las actuales encuestas que se realizan para hacer conjeturas sobre el estado de preferencias de los electores en cuanto a Presidente de la república y Alcaldes.

Las observaciones que haremos se fundamentan en la información suministrada por el Tribunal Electoral, proveniente de las fichas técnicas que deben entregar las encuestadoras. 

La encuestadora IPSOS aplica 1500 encuestas y Dichter & Neira 1200.  La primera dice que “la selección del individuo dentro del hogar es por cuotas, con una distribución proporcional a la población del distrito”.  La segunda señala que la selección del encuestado se hace a nivel de “corregimiento, diferenciando las localidades urbanas y rurales”. Contrario a la primera que utiliza el padrón electoral de 2014, D &N hace la estratificación de representatividad por provincia y corregimiento, en base a la población en edad de votar existente en el Censo de Población de 2010.

Considerando el método de estratificación utilizado (distrito una, corregimiento la otra) y el objetivo de la encuesta, el principal problema que encontramos en ambas encuestas es la cantidad de boletas que aplican. Hicimos la estratificación correspondiente para determinar el número de boletas que deben aplicarse a cada distrito y corregimiento. Para ilustrar lo expuesto, consideremos los distritos de menor población votante y el número de boletas aplicables. En 54 distritos (de un total de 80) se aplicarían menos de 10 encuestas y representan 440,000 votantes.  El total de boletas aplicadas serían 268.  La pregunta clave es si el número de boletas aplicadas a cada corregimiento es suficiente para inferir sobre la población votante del distrito. En Taboga, con una población votante de 1752 personas, se aplicaría una boleta, y sería absurdo pretender que ello es representativo del resto de los votantes.  Igual situación ocurre para las Comarcas de Wargandi y Madugandi, y para el distrito Emberá de Sambú; todos con una encuesta. Cinco distritos, con una población que supera los 3,000 votantes, se le aplicarían 2 boletas a cada uno.  El absurdo se repite.  En el extremo de este grupo de 54 distritos están aquellos en donde se aplican 9 boletas, para una población votante promedio de 14,400.  Nadie que utiliza seriamente los métodos estadísticos de encuesta se le ocurrirá afirmar que 9 boletas aplicadas, sin importar lo aleatorios que puedan ser, son representativas de la población del distrito.  Sin embargo, las actuales encuestas lo están haciendo.

Cuando, a lo anterior aplicamos el nivel de dispersión de la población, considerando los lugares poblados de los distritos, el margen de error en la inferencia aumenta.  Esto es muy claro en el interior del país y en las áreas comarcales.  Si la encuesta se aplica en centros urbanos, donde, además, algún partido históricamente ha tenido más influencia, es obvio que es mayor la probabilidad de que las boletas aplicadas en dicho lugar favorezcan dicho partido. Pero, no necesariamente, expresa la intensión de voto del distrito o corregimiento.

La transparencia de las encuestadoras debe incluir que informen de los lugares donde aplican las encuestas, para evaluar en mayor grado la seriedad con que se realiza la encuesta.

Pero, conviene también evaluar la situación en los distritos de mayor cantidad de población votante, y por tanto, donde se aplica la mayor cantidad de boletas.  Consideremos el distrito de Panamá, al cual le correspondería 367 encuestas.  La pregunta obvia es, dónde se aplican?

El distrito capital cuenta con más de 700 poblados y barriadas, por lo que claramente la mayoría de ellos no serán encuestados ya que solo se aplican 367 boletas.  Asumiendo que la encuestadora aplique el mismo método de estratificación al interior del distrito, para lo cual no existe claridad al respecto, al menos el 20% de la población votante quedaría excluida de la encuesta, es decir, unas 120,000 personas del distrito capital.  Pero, el problema no termina aquí.  Al interior de los corregimientos y los lugares poblados y barriadas, se repite el absurdo que hemos expuesto anteriormente para el caso de los distritos más pequeños.  En varios casos, una sola vivienda encuestada define, erróneamente, la intensión de voto de toda la barriada o poblado.  Esto es absurdo.

Con una muestra más pequeña, como es el caso de D & N, los problemas de inferencia que aquí planteamos se potencian.  Esta encuestadora sí hace claro que la estratificación la lleva a nivel de Corregimiento, pero siendo menor la cantidad de boletas aplicadas, al interior del espacio muestral se producen las mismas distorsiones expuestas, pero con mayor posibilidad de error.

Un elemento que claramente nos indica que existen problemas en las encuestas para inferir sobre la intensión de voto para Presidente y Alcalde en la república, lo es el dato de abstención que se deducen de ellas.  Según las encuestas irán a las urnas a votar más del 90% de los votantes, lo cual es difícil de creer ya que la historia nos ubica entre el 70 y 74 por ciento de asistencia a las urnas.  No obstante, reconocemos que en este último punto, la única sustentación está en el comportamiento histórico, lo cual, puede variar en estas elecciones, aunque es difícil que cambie tan radicalmente.

En sentido estricto, el tamaño de la muestra limita la calidad de las encuestas.  Si le atinan es por pura casualidad, para lo cual les ayuda el efecto de retro alimentación, sobre todo en determinados estratos sociales y urbanos, entre el resultado de las encuestas y la intensión del voto.  Una encuesta pone como ganador a un candidato y eso incide en la intensión de votos de algunos.  Si la encuesta ubica en casi empate a dos de los candidatos, como es el caso de IPSOS, entonces ello también puede incidir en los votantes. 

Es necesario que el Tribunal Electoral regule estrictamente las encuestas y exija más transparencia en la información.  Un equipo técnico debe advertir de las limitantes de las encuestas, y se debe informar al público de estas carencias. Sobre todo que se sabe que las encuestas afectan la intensión de voto y que, incluso, hay quienes las hacen con este propósito.  Las encuestas pueden inflar y desinflar candidatos transmitiendo una falsa imagen de seriedad, la cual es acompañada de un verbo seudo científico.  Resultan en mentiras y engaños, aunque se diga que este no es el propósito, máxime cuando el estilo de hacer política se fundamenta en el clientelismo político.